Siempre había sido un tipo tímido  e  independiente. De pequeño se encerraba en su cuarto y pasaba horas jugando con un ejército de plasticucho formado a base de invertir la pequeña paga  dominical,  que  escasamente  le  daba  para un sobre de MontaMan y un par de tacotes de Cheiw Junior. Y suerte que  le  caía.  Su madre tenía que estirar el  jornal que el marido llevaba  casi como los chicles que  a  su primogénito le  encantaba  mascar durante horas, mientras  armaba  con  paciencia  los  camiones de salvamento, los carros de combate y los jeep  que venían en cada sobre de a cinco duros.
Disfrutaba  alineando  decenas  de  figuritas  en  torno  a  un  objetivo  banal,  e  ideaba  una  cruenta  lucha  de  la  que  salían  un  buen  número  de  hombrecillos  gravemente  perjudicados,  pero  en  la  que  apenas  había  muertos.  Después  se  esmeraba  en  la  evacuación  de  los  heridos  hacia  el  centro  sanitario,  una  plataforma  hecha  de  piezas  de  construcción  que  se  erigía,  discordante,  a  unos  metros  del  escenario  bélico.
Los  tumbaba  en  unas  minúsculas  camillas  y  los  rodeaba  de  personal  sanitario,  destartalados  muñecos  que  quitaba  a  sus  hermanas  y  que  les  dejarían  como  nuevos  para  la  siguiente  batalla...
Cuando  a  los  dieciséis  comentó  a  su  padre  que  quería  estudiar  para enfermero,  la  primera reacción  quedó  entre  el  choteo  y  el  encabronamiento.  Eso  era  de  maricones, le dijo.  Pero  llegando  a  los  dieciocho,  él  lo  seguía  teniendo  muy  claro,  y  a  su  padre  no  le  quedó  más  remedio  que  aceptarlo.  Al  fin  y  al  cabo  era  su  deseo, y  en  cabezonería  no  le  ganaba  nadie. Porque además de callado,  su  hijo  era testarudo de cojones, por  lo  que  al  final,  mediara él o no  y  mal  que  le  pesara,  el  niño terminaría  siendo  "enfermerita  maricona"...  Además  no  le  saldría  muy  caro,  ya  que  lo  mandaría  a  casa  de  una  hermana  que  de  joven  se  fue  a  vivir  a  la  capital  y,  las  cosas  como  eran,  no  la  había  ido  nada  mal...

Ramón  subía  las  escaleras  que  le  dirigían  a  su  servicio  con  calma  pero  con  ritmo.  Hacía  un  calor  infernal,  y  le  apetecía  disfrutar  de  la  vida  que  le  daba  la  música,  más  que  estar  diez  horas  nocturnas  entre  tubos,  máquinas  y  perfusiones  a  media  luz,  que  trataban  de  alejar  la  muerte  de  sus  pacientes.  El  entusiasmo  que  le  llevó  a  ser  lo  que  era,  pese  a  las  trabas  paternas,  seguía  intacto,  pero  el  peso  diario  del  dolor  que  veía  le  sumía,  en  ocasiones,  en  una  enorme  tristeza  de  la que  de  forma innata  quería  huir.
Poco  antes  de entrar  por  la  puerta  de  la  UVI  comenzó  a  sonar  ese  tema  que  últimamente  le  rondaba  la  cabeza  como  una  compulsión.
Who´s  gonna  save the  world  tonight?
Una  sonrisa  le  sobrevino.  Parece  irónico,  pensó...
Desde  luego  yo...  no...


Berni.
Martes 28/6/11.
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3 Responses
  1. Anónimo Says:

    ...y luego te preguntas por qué nos tienes a todos aquí? ;)


  2. Cristina. Says:

    Que bueno Bernie,y qué tiempos,al principio no recordaba lo de Montaman,aunque me resultaba familiar y de repente cuando he visto la foto,he dicho: ¡Anda,pero si de estos he tenido yo en casa!.


  3. Berni Says:

    Camino:
    :)

    Ham:
    Mis hermanos eran unos incansables coleccionistas de los MontaMan y MontaPlex, que andaban siempre, y para disgusto de mi madre, desperdigados por toda la casa... jeje... qué tiempos, tú lo has dicho...