Hoy he tenido un día especialmente duro en el trabajo.
He pasado toda la mañana soportando estoicamente el tremendo sufrimiento de una familia al completo que trataba de asumir la trágica situación y el fatal desenlace de uno de sus jóvenes miembros.
La desafortunada paciente era una chica de 30 años de edad que había sido intervenida de una afección común benigna, y que unas 12 horas después de la cirugía, mientras se recuperaba de la misma en un post operatorio normal, se ha encontrado de manera repentina con una patología de enorme gravedad que le ha costado finalmente la vida.
La manifestación de la enfermedad que ha resultado mortal ha sido de aparición totalmente fortuita, muy súbita y de rapidísima evolución.
Por increíble que parezca, no había dado sintomatología previa por la peculiaridad y las características de la lesión en sí.
A pesar de la rapidez de actuación desde que se realizó el diagnóstico y de la opción quirúrgica inmediata que se tomó en un intento de variar el pésimo pronóstico, la gravedad de las lesiones neurológicas la han provocado muerte encefálica tan sólo 24h después del inicio del cuadro clínico.
Si para un profesional es difícil asumir un caso de tan fulminante evolución, imaginaros cómo la familia trata de digerir el asunto.
He sufrido una profunda angustia cuando el padre, roto de dolor, se ha abalanzado sobre su hija suplicándola que se despertara, en un momento de desquicie total, gritando que no le dejara, que no se fuera de esa manera...
No he podido evitar que me asaltaran las lágrimas y he tenido que marcharme unos instantes de la sala.
El agudo sufrimiento y el duelo tan sentido han podido conmigo... Son esa clase de situaciones las que a veces me superan, y para mi resultan, a pesar de los años que llevo en esto, complicadas de sobrellevar.
Ayer era yo quien le daba ánimos a la enfermera que estuvo mayormente con la paciente, cuando se desencadenó toda la historia. Mi compañera lloraba amargamente al salir del turno, cuando los pensamientos de todo lo que había sucedido con tan increíble rapidez en siete horas le vinieron de golpe a la cabeza, encontrándose entonces conmocionada y desbordada por una inmensa impotencia.
Hoy yo misma he vivido ese sentimiento de impotencia e injusticia cuando desconectaba la ventilación mecánica a esta chica. He sentido dolor de corazón, a pesar de saber que ya estaba muerta y que ni las drogas ni el respirador podrían devolverle la vida a su cerebro inerte.
Son situaciones muy jodidas que me recuerdan lo efímero que es nuestro paso por este mundo y la relatividad de todo.
La frase típica de "no somos nada", que muchos apostillan en estos momentos, no deja de ser una verdad como un templo, si tenemos en cuenta nuestra insignificancia en un universo de meras cifras, ya que que somos un porcentaje infinitesimal en un planeta poblado por 6000 millones de personas, todos tan iguales y tan diferentes a nosotros mismos...
Pero es una contradicción enorme que esta supuesta insignificancia deje recuerdos y sentimientos tan profundos y duraderos entre los que nos han querido y han compartido una parte de nuestra existencia.
Otra de las cuestiones que pienso respecto a estas historias es establecer quién es el que más pierde:
sin duda el que se muere, porque nunca experimentará lo que vivirán los que se quedan...
Pero los que permanecen sufrirán un inmenso dolor, el de la pérdida del ser querido.
Un dolor profundo que llaga el alma, lo llena de dehiscentes cicatrices y lo carga de una pena pesada como un plomo...
El tiempo todo lo cura. Yo diría que no todo, pero seguro que aminora y templa hasta lo más incandescente.
Descansa en paz, E.M.
Lo peor es para los que quedan, de los que se van ...... sabemos poco. La vida es un suspiro, merece la pena sacarle partido, disfrutar de cada instante, de cada respiración, de cada latido.
Cuando se marchan lo que uno lamenta es eso, los abrazos y besos que no dió, los te quiero que no dijo ..... por eso he adquirido la costumbre de decir estas cosas:
Esther gracias por aparecer en mi vida, es un placer y un privilegio conocerte y poder disfrutar de tu compañía.
Tú, querida Juana, me haces ver la vida desde otro ángulo que desconocía, o es que quizá tenía símplemente girada la cabeza hacia otro lado, por lo que estaba parcialmente ciega.
Eso es motivo suficiente para que yo te esté eternamente agradecida, no sabes cuánto.
Muchas gracias, amiga.