"Cuatro esquinitas tiene mi cama, cuatro angelitos por siempre la guardan..."

Esta frase la recuerdo con una musicalidad y un tono especial, porque era la que mi madre me decía todas las noches estando ya dentro de mi cama, momentos antes de darme ese beso de buenas noches, con el que cerraba feliz los ojos y me dormía casi de inmediato.

Hacía que me sintiese segura, porque imaginaba cuatro ángeles de luz custodiando mi cama, guardándome de los seres tenebrosos de la oscuridad, y velando por unos bellos sueños.

Esa especie de protección es a la que debía referirse una conocida presentadora de televisión, cuando afirmó que "su ángel de la guardia había hecho horas extra" en el momento en que ella sufría un gravísimo accidente de tráfico y del que salía viva, milagrosamente.

Hay quienes creen en un destino escrito en las páginas fantásticas de algún libro sin nombre, un sino para todo y para todos, imposible de evitar...
Otros creen en eso de la suerte, y prefieren no tentar "la mala", no pasando bajo una escalera, huyendo del gato negro o evitando la torpeza con los espejos, no vaya a ser que...

Volviendo a los ángeles protectores...
En dos ocasiones he podido ser testigo directo de "la creencia" popular sobre la existencia terrenal de estos seres supuestamente mágicos, en condiciones de sensibilidad espiritual, ante el sufrimiento y el dolor de personas queridas:

- Hace años, en la planta de Hematología, una tarde a la hora de la medicación de las cuatro, el padre de un paciente al que fui a administrar sigilosamente un antibiótico, despertó de la siesta que tomaba en el sillón, cogido de la mano de su hijo gravemente enfermo que dormitaba en su cama, y me dijo:
"Creo que he muerto y he ido al cielo, porque acabo de ver un ángel".

- Hace unos meses, en la UVI, cuando extubé a un chico joven con una enfermedad parecida al anterior.
Al quitarle el tubo, el chico cogió mi mano izquierda con la que iba a colocarle la mascarilla seguidamente, la detuvo unos instantes y me dio las gracias con una voz ronca y casi imperceptible.
El padre del muchacho también estaba allí junto a él, hacía dos años que no lo veía, porque vivía en Argentina. Me miró con los ojos humedecidos por la emoción y me dijo con tono de agradecimiento:
"sos un ángel".

Esos son los momentos que hacen que continúe en esta profesión tan dura para almas blandas.

No por las palabras halagüeñas en sí, que sólo pueden interpretarse como muestra de sincero agradecimiento o estima, más que como mera adulación, sino por la percepción personal de satisfacción al comprobar que mi trabajo ha servido para ayudar a sentirse mejor a alguien que está sufriendo injustamente, sin entender por qué.
Se que el intentar dar explicación a ciertas cuestiones es un tiempo perdido, porque son así, y no hay más... pero no puedo evitar, después de años de profesión a las espaldas, buscar respuestas...

Cuando las cosas se tuercen y no van bien, a veces, tampoco sin saber por qué (soy una tremenda ignorante), todo me resulta complicado.
El ser testigo del sufrimiento humano se convierte para mi, ocasionalmente, en una pesada carga.
Se me pasa por la cabeza un pensamiento fugaz:
tirar la toalla y largarme del servicio, buscar un sitio mejor en donde no vea que la gente muere con tanta frecuencia.

Me enfado, me apeno... me acuerdo de los ángeles, de los santos... y de toda la corte celestial... deben encontrarse expectantes ante ese puntito de agua y tierra en mitad del inmenso azul... han olvidado a sus protegidos...

(...)

En uno de los repasos de los casos clínicos que desde hace un mes compartimos médicos y enfermeras de manera conjunta, recuerdo que al llegar a mis pacientes, la información y las expectativas de curación que se barajaban eran muy poco alentadoras.
Según iban describiendo los casos, se me iba poniendo una cara de desánimo total, que culminó cuando uno de los doctores me dijo:
"Lo siento, Esther, pero los tres pacientes que llevas se van a morir..."
Yo contesté bastante apenada:
"Lo sé, no hay más que verles... pero eso puede hacer que me sienta como La Dama de la Guadaña, más que como La Dama de La Candela*... y es muy frustrante...".
* (La Dama de La Candela era como se apodó en la guerra de Crimea a la pionera de la Enfermería, Florence Nightingale).

Ángeles o demonios... qué más da...
Que cada uno crea en lo que quiera o necesite creer para continuar en el juego...
Se tiene suerte, si se tiene claro.
Yo ya no estoy tan segura...




Berni.
Viernes 12/6/09.
4 Responses
  1. Juana Says:

    Cuanto daría por que alguna vez, aunque fuese por unos segundos vieses lo que yo veo cuando te miro, vieses lo que yo veo cuando miro el mundo, vieses lo impresionante de "El Gran Juego Cósmico".
    Daría cualquier cosa por saber "enseñar" todo lo que he aprendido.


  2. Berni Says:

    Cada uno percibe el mundo y sus moradores de una manera tan peculiar...
    Sabes explicar bien lo que tus ojos ven, pero el que los oidos de otros lo escuchen, es una cuestión más "complicada".


  3. Eva Says:

    Cómo me ha gustado esta entrada tan sincera y tranquila. Opino que no es tan fácil ponerle nombre a lo que uno piensa/siente. Me quedo con algunas expresiones tuyas (puedo?)y me alegra pensar que eres de las personas que siguen buscando respuestas porque así no te harás "de piedra"


  4. Berni Says:

    Claro que puedes, Evita.
    Para mí es una motivación eso que me dices, una motivación para seguir expresando las cosas que me inquietan... y un orgullo.

    A veces me gustaría no buscar respuestas a todo, por lo menos a cuestiones que "perturban" al alma y al corazón, porque a veces, sencillamente, no existen las respuestas... y resulta que puedo estar malgastando tiempo y energías en algo irresoluble.
    Estoy convencida de ello, pero asumirlo y aceptarlo es difícil ( soy Aries, de naturaleza tozuda y cabezona, según dicen).