Hace pocos días pusieron en la televisión una de esas películas que nunca me cansaré de ver.
Una obra maestra (creo que ópera prima) realizada en 1984 por el genial director navarro Montxo Armendáriz:
Tasio.
La habré visto en tres o cuatro ocasiones, la primera cuando era adolescente, con trece o catorce años, en el salón del hogar paterno, con toda la familia. La última, hace una semana, concretamente el viernes pasado, en casa junto a mi hija, ya que haciendo zapping la descubrí por casualidad en La 2, recién empezada.

Las vivencias de Tasio en un pueblo pequeño en mitad de las montañas hicieron que Marina se quedara alucinada al conocer cómo se vivía antes en el mundo rural.

El film se desarrolla íntegramente en ese medio, en una época en la que en España hubo mucha migración de gente joven de los pueblos a las ciudades y a zonas industrializadas, en busca de trabajo y mayor prosperidad.
La vida en el campo era muy dura y no ofrecía un futuro alentador.
Debido a ello, muchos pueblos fueron despoblándose progresivamente hasta llegar a convertirse en verdaderos pueblos fantasma y/ o desaparecer.

Tasio, el protagonista de la película, decide quedarse en el lugar donde nació, donde su padre le enseñó la profesión de carbonero, y donde el monte podía proporcionarle todo lo necesario para lograr subsistir dignamente sin las ataduras laborales que se daban por aquel entonces, relaciones sometidas a la dictadura de un patrón "caciquillo", a unos extenuantes horarios y a unas condiciones pésimas de trabajo, para lograr ganar un mísero jornal.
Son muchas las escenas que se asemejan a la manera de vivir que tuvieron mis abuelos o mis suegros, a los que aún hoy les gusta rememorar anécdotas de aquellos años, cuando ellos eran mozos.
Historias de juegos y picias de chiquillos traviesos, de sus primeros amores en el baile del pueblo, del duro trabajo en los campos, en la siembra, en la siega, de lo poco que había para comer o de la particular forma que tenían entonces de educarles...

Yo, siendo pequeña y durante mis vacaciones estivales, he conocido gran parte de la vida rural, aunque sólo he vivido la cara amable de la historia, en un pueblo muy pequeño de la provincia de Segovia, donde actualmente no vivirán más de 20 habitantes en invierno.
He corrido por las calles de tierra sin asfaltar, donde jugábamos al "bote botero" hasta altas horas de la noche. He conocido las casas de adobe sin baño... que si la necesidad fisiológica acuciaba, a la cuadra tenías que ir a "descargar"...
Los garbanzos y los guisantes secándose al sol en las puertas de cada vivienda... que no te pillaran pisándolos por descuido, que una buena regañina te llevabas...
He tenido como mascotas a pajarillos cogidos del campo, he criado "clandestinamente" gatillos abandonados, a los que les daba leche con una especie de biberón fabricado con un trozo de neumático de bicicleta y un trapo...
En Madrid recibí clases de natación, pero se puede decir que donde aprendí de verdad a nadar fue en las pozas del río, donde me metía sin sensación de peligro alguno, a pesar de los lechos cenagosos y las culebras de agua que te rozaban mientras hacías ahogadillas a los amigos... o te las hacían a tí...
Construíamos cabañas con palos y vigas de madera que encontrábamos entre los restos derruidos de viejos caserones. Ahora, cuando lo recuerdo, me parece increíble, pero eramos capaces de transportar aquel material tan pesado a bastante distancia con nuestras propias manos, ayudados por viejas cuerdas que amarrábamos a las oxidadas puntas de acero que sobresalían peligrosamente de dichos maderos. Los arrastrábamos así durante kilómetros enteros, hasta llegar al lugar elegido para una ubicación "lo suficiente segura", en mitad del mismo bosque, donde nadie pudiera descubrirlo...

Salíamos de casa nada más desayunar y prácticamente sólo entrábamos a las horas de las comidas, siempre a regañadientes, y "premiados" de manera ocasional, con algún pescozón materno, de sobra merecido por la tardanza y la incertidumbre que las hacíamos pasar...

Experiencias preciosas que recuerdo con cierto sentimiento de añoranza, pero con enorme alegría, por haber tenido tanta suerte en vivirlas.




Este verano Marina comenzará a disfrutar con episodios parecidos, junto a sus abuelos y más tarde con sus padres, cuando las vacaciones les den una pequeña tregua.
Tendrá mucho que guardar en su memoria y gran parte de ello lo podrá contar a sus propios hijos y nietos, cuando el tiempo canee sus sienes, y nosotros ya no estemos aquí para verlo.

Berni.
Viernes 5/6/09.
2 Responses
  1. Juana Says:

    Lo que recuerdo son, los olores, mi memoria está basada en los sorprendentes olores de .... todo jajaja es que soy muy básica.


  2. Berni Says:

    Los olores son reacciones químicas que nos provocan ciertas emociones, muchas de ellas fruto de experiencias pasadas, que se quedan en nuestra memoria, y si son especialmente agradables, nos gusta recordar...
    Cierto, es sorprendente lo que una sensación olorosa puede provocar.
    Un beso.