Su estancia en el hospital se prolongó durante muchos días.
Le hicieron una infinidad de pruebas y empezó a escuchar palabras extrañas que nunca había oído acerca de su sangre, de unos globillos, o algo así, de color blanco ( cómo iban a ser así si la sangre era roja…), que decían que tenía a montones en su cuerpo, que eran malos, la mayor parte, y que había que eliminar…
A Pedrito todo eso no le importaba, porque la gente allí era muy amable y le trataban bastante bien.
Además sus padres estaban con él todo el tiempo, mucho más de lo que lo hacían normalmente. Puede que les hubieran dado vacaciones a los dos, aunque no fuese verano…
Lo que más le fastidiaba de todo era que se encontraba cada vez más cansado y sin ganas de nada, y se supone que eso era lo que le iban a curar.
- Es por las medicinas, cariño, que son necesarias para que te pongas bueno.
- Jo, mami, pues no lo entiendo…
Ponerme más malito para luego estar bueno…
A pesar de todas las molestias, de todos los pinchazos que al principio le dieron, de todas las veces que vomitaba la poca comida que conseguía tomar… a pesar de todo, Pedrito era muy valiente y se mantenía casi contento.
Toda la familia estaba pendiente de él, le traían un montón de juguetes y, además, había hecho buenos amigos en aquel sitio.
Los niños eran más o menos de su edad y todos parecían tener la misma enfermedad.
Una extraña enfermedad con la que mudabas el pelo, para que luego saliese más fuerte y bonito, según decían los mayores, y te quedabas delgadito y débil para después llenarte de nuevo de mucha energía, y poder correr más rápido y ganar a todos tus compañeros de clase, y así no pochársela nunca al jugar al “pilla-pilla”…
Pero las cosas no iban bien, Pedrito lo presentía.
Sus padres estaban cada vez más preocupados, él no era tonto y lo notaba claramente en sus caras.
Además se sentía bastante mal.
Cómo definirlo… se encontraba muy pero que muy mal.
Le metieron en una habitación con las paredes de cristal y decían que no podía salir de allí para nada, ni siquiera para estar con sus amigos calvitos como él, y ver la actuación de los simpáticos payasos, que era uno de los momentos que más le gustaban. Alguna vez ellos iban a visitarlo detrás del cristal y e intentaban divertirle un rato, pero Pedrito ya no tenía ganas de reír.
Sólo quería estar tranquilo y dormir casi todo el tiempo.
No le importaba que aquella cama no fuera tan mullida como la de su casa, porque ya se dormía igualmente.
Su madre siempre estaba junto a él, abrazándole y dándole mimitos.
En realidad era lo único que ahora deseaba, sus besos, sus caricias, su regazo, siempre estar junto a ella, así de cerca, así de bien.
Una tarde despertó y se dio cuenta de que su familia al completo se encontraba en aquella habitación que parecía una burbuja. Sus abuelos, sus padres, sus dos queridos tíos… todos allí mirándole, y todos con unas caras muy tristes.
- ¿Qué pasa, mami? ¿Por qué están todos aquí?...
- Tranquilo, cariño, es que hoy es un día especial… no tenían que trabajar y han aprovechado para venir a verte…
Las palabras de su madre no le convencían, pero era igual, a Pedrito le encantaba que estuviesen con él.
Un fugaz y extraño pensamiento hizo que súbitamente se le helara el cuerpo. Comenzó a tener mucho miedo y se abrazó con más fuerza a su madre.
- Mami, tengo mucho frío, abrázame fuerte… estoy muy cansado, me pesan los brazos y las piernas… quiero dormir, pero no me sueltes…
- No te soltaré, cariño mío, no te soltaré.
Siempre estaré contigo, siempre…
Pedrito se dejó llevar por un sueño muy profundo.
Vio como su cuerpo comenzaba a levitar y se elevaba sin peligro, dejando atrás a su madre, su padre y todos los que estaban en la habitación.
Flotaba en el aire como cuando buceaba en el mar, con la misma genial sensación de ingravidez.
Continuaba subiendo hacia el cielo y hacia las estrellas cuando a lo lejos vislumbró la estupenda nave del capitán Kirk, con la puerta principal de entrada abierta y toda la tripulación en pleno, esperando a recibirle.
Miró hacia atrás un instante y vio un puntito azul claro en mitad de toda la oscura inmensidad.
Pensó un momento en regresar, dudó mucho unos segundos… pero qué narices, ya lo haría más tarde, porque qué gran suerte la suya: un viaje que se adivinaba seguro alucinante, estaba para él, sólo para él, a punto de comenzar…
Le hicieron una infinidad de pruebas y empezó a escuchar palabras extrañas que nunca había oído acerca de su sangre, de unos globillos, o algo así, de color blanco ( cómo iban a ser así si la sangre era roja…), que decían que tenía a montones en su cuerpo, que eran malos, la mayor parte, y que había que eliminar…
A Pedrito todo eso no le importaba, porque la gente allí era muy amable y le trataban bastante bien.
Además sus padres estaban con él todo el tiempo, mucho más de lo que lo hacían normalmente. Puede que les hubieran dado vacaciones a los dos, aunque no fuese verano…
Lo que más le fastidiaba de todo era que se encontraba cada vez más cansado y sin ganas de nada, y se supone que eso era lo que le iban a curar.
- Es por las medicinas, cariño, que son necesarias para que te pongas bueno.
- Jo, mami, pues no lo entiendo…
Ponerme más malito para luego estar bueno…
A pesar de todas las molestias, de todos los pinchazos que al principio le dieron, de todas las veces que vomitaba la poca comida que conseguía tomar… a pesar de todo, Pedrito era muy valiente y se mantenía casi contento.
Toda la familia estaba pendiente de él, le traían un montón de juguetes y, además, había hecho buenos amigos en aquel sitio.
Los niños eran más o menos de su edad y todos parecían tener la misma enfermedad.
Una extraña enfermedad con la que mudabas el pelo, para que luego saliese más fuerte y bonito, según decían los mayores, y te quedabas delgadito y débil para después llenarte de nuevo de mucha energía, y poder correr más rápido y ganar a todos tus compañeros de clase, y así no pochársela nunca al jugar al “pilla-pilla”…
Pero las cosas no iban bien, Pedrito lo presentía.
Sus padres estaban cada vez más preocupados, él no era tonto y lo notaba claramente en sus caras.
Además se sentía bastante mal.
Cómo definirlo… se encontraba muy pero que muy mal.
Le metieron en una habitación con las paredes de cristal y decían que no podía salir de allí para nada, ni siquiera para estar con sus amigos calvitos como él, y ver la actuación de los simpáticos payasos, que era uno de los momentos que más le gustaban. Alguna vez ellos iban a visitarlo detrás del cristal y e intentaban divertirle un rato, pero Pedrito ya no tenía ganas de reír.
Sólo quería estar tranquilo y dormir casi todo el tiempo.
No le importaba que aquella cama no fuera tan mullida como la de su casa, porque ya se dormía igualmente.
Su madre siempre estaba junto a él, abrazándole y dándole mimitos.
En realidad era lo único que ahora deseaba, sus besos, sus caricias, su regazo, siempre estar junto a ella, así de cerca, así de bien.
Una tarde despertó y se dio cuenta de que su familia al completo se encontraba en aquella habitación que parecía una burbuja. Sus abuelos, sus padres, sus dos queridos tíos… todos allí mirándole, y todos con unas caras muy tristes.
- ¿Qué pasa, mami? ¿Por qué están todos aquí?...
- Tranquilo, cariño, es que hoy es un día especial… no tenían que trabajar y han aprovechado para venir a verte…
Las palabras de su madre no le convencían, pero era igual, a Pedrito le encantaba que estuviesen con él.
Un fugaz y extraño pensamiento hizo que súbitamente se le helara el cuerpo. Comenzó a tener mucho miedo y se abrazó con más fuerza a su madre.
- Mami, tengo mucho frío, abrázame fuerte… estoy muy cansado, me pesan los brazos y las piernas… quiero dormir, pero no me sueltes…
- No te soltaré, cariño mío, no te soltaré.
Siempre estaré contigo, siempre…
Pedrito se dejó llevar por un sueño muy profundo.
Vio como su cuerpo comenzaba a levitar y se elevaba sin peligro, dejando atrás a su madre, su padre y todos los que estaban en la habitación.
Flotaba en el aire como cuando buceaba en el mar, con la misma genial sensación de ingravidez.
Continuaba subiendo hacia el cielo y hacia las estrellas cuando a lo lejos vislumbró la estupenda nave del capitán Kirk, con la puerta principal de entrada abierta y toda la tripulación en pleno, esperando a recibirle.
Miró hacia atrás un instante y vio un puntito azul claro en mitad de toda la oscura inmensidad.
Pensó un momento en regresar, dudó mucho unos segundos… pero qué narices, ya lo haría más tarde, porque qué gran suerte la suya: un viaje que se adivinaba seguro alucinante, estaba para él, sólo para él, a punto de comenzar…
Yo lloré terminando el relato, cuando me acordé de multitud de historias parecidas que viví en Hematología.
Allí aprendí a hablar cara a cara con los pacientes de su propio sufrimiento, de sus dudas sobre la muerte... a contestar honestamente a aquellos que preguntaban sin rodeos y a callar cuando otros no querían saber...
Aprendí a mostrar entereza cuando todo se desmoronaba alrededor, a llorar en silencio y en soledad, (aunque no siempre) la desgracia ajena, para hacerme fuerte y poder seguir adelante.
Son experiencias duras pero increiblemente aleccionadoras...
Duele.. no tengo palabras.Recoger el goteo constante de la lluvia y luego canalizarlo como tu lo has hecho es sencillamente,alucinante !
Me alegra el comprobar que lo he conseguido.
Gracias.
Lo sabía, sabía que iba a ser una historia triste! Si yo me implicase como tú en el trabajo, no sé si sería capaz de dejarlo todo allí y no traerme nada a casa.
Por eso me tuve que marchar de Hematología.
Me llevaba a casa lo que no debía, y llegó un momento que viví historias que me superaron...
En la UVI es diferente.
Parece todo más "inhumano",espero que entendáis lo que quiero decir.
A veces tengo la sensación de estar trabajando en un taller de coches, solo que nosotros manejamos cuerpos ( y digo cuerpos, que no personas).
Se podría decir que esto confiere al trabajo "la ventaja" de ser más llevadero psicológicamente, pero por contra, me siento, a veces, enormemente vacía.
Por eso quiero ser como un chapista, que es capaz de devolver su estado original a cualquier siniestro, pero además lo pule, lo pinta y lo niquela con mimo para que quede como antes.
Es mejor que cambiar el motor, trabajo engorroso con el que terminas hasta arriba de aceite... aunque nosotros, por huevos, también nos manchamos, queramos o no...
Oí decir a una compañera que "es como si cuidáramos sólo a muertos".
Este servicio es lo que tiene, que rachas muy malas pueden minar hasta el espíritu más optimista...