Entré en la habitación y la saludé con cariño. Charlamos un rato de su reingreso y de cómo había sido el tiempo que había pasado fuera del hospital, mientras yo tomaba sus constantes y administraba la medicación prescrita de las 16:00 (antibióticos).
Me preguntó acerca del ciclo de quimioterapia que yo la administraría por la tarde, le expliqué brevemente algunos aspectos del mismo, cómo se lo iba a poner, que no necesitaría bomba de perfusión, que iría "en goma de goteo" y en unos veinte minutos la medicación habría pasado.
Pero después las circunstancias variaron, como es muy habitual en éste trabajo, y me fue imposible pasar por la habitación de Pilar a la hora acordada.
Tres de los seis enfermos aislados que llevaba esa tarde hicieron picos febriles y fue preciso realizarles pruebas urgentes, aplicar unos protocolos estipulados para la administración de ciertos antibióticos, analíticas, etc, y todo de manera perentoria. Estos pacientes pueden agravarse rápidamente y en muy pocas horas y la celeridad, en muchas ocasiones, es necesaria.
Iba de una habitación a otra sin que me diera tiempo a acordarme de Pilar, que esperaba con ansia mi visita.
Cuando me desagobié un poco eran las ocho de la tarde, momento en que fui a ponerle la quimio a Pilar.
- ¿Qué te pasa, Pilar? ¿Va todo bien?...
- No, no estoy bien. Llevo toda la tarde esperándote, sin saber cuando ibas a venir...
- Lo siento mucho, pero he estado desbordada de trabajo y...
- Sí, lo entiendo, pero...
De repente se puso a llorar amargamente. Con palabras entrecortadas por el llanto siguió reprochándome "que me hubiera olvidado de ella", que eso de estar esperando era muy angustioso... Además no sabía, ni nadie le había explicado, casi nada acerca del nuevo ciclo de quimioterapia, si los efectos secundarios serían como los otros sufridos...
En ese momento me di cuenta de lo que puede llegar a significar para un paciente como Pilar esa multitud de detalles que nosotros, los profesionales sanitarios, a veces "olvidamos", o no explicamos bien.
Las urgencias que surgieron esa tarde marcaron un ritmo de trabajo que hizo que ni me plantease la angustia y el miedo que Pilar pudiera estar sintiendo durante esas horas de espera, sentimientos muy lógicos en su estado.
Mi propio estrés había hecho que descuidara aspectos fundamentales en la atención a la enferma, y de eso me dí cuenta en el preciso momento en que ella se derrumbó.
Llevaba toda la razón, porque entre un enfermo y otro, podría haber pasado un segundo por su habitación para ver qué tal estaba y explicarle que lo suyo se retrasaría un poco.
La administración de la quimio no era urgente, ella lo sabía y habíamos establecido un tiempo para ponerla, a media tarde, pero esas pocas horas de incertidumbre la supusieron un sufrimiento enorme, algo en lo que yo ni siquiera pensé mientras trabajaba con los otros pacientes.
"No tuve tiempo de pensarlo", era lo que pensé, al principio, en un intento inmaduro de autojustificación, aunque luego, en un análisis más profundo de lo que había pasado, intentando entender la reacción de la paciente, me di cuenta que eso no era así.
En realidad esa necesidad suya yo no la tuve en cuenta, no fue prioritaria para mí, y por eso no recordé que Pilar estaba esperándome con toda su angustia en la habitación.
Volví a pedir disculpas y me senté junto a su cama. Le puse la quimio mientras hablábamos de lo ocurrido y de su enfado, que entendía perfectamente. Después le expliqué que al día siguiente se encontraría muy cansada, como si la hubieran dado una paliza, que la poníamos fármacos para que no tuviera náuseas, pero que eso no implicaba que no fuera a padecerlas, lo de la caída del pelo, etc...
El ambiente se distendió poco a poco y al finalizar ella me pidió disculpas por haberse puesto tan alterada conmigo.
- No te preocupes, Pilar. A mí me hubiera pasado lo mismo. La que tiene que disculparse soy yo, de verdad, perdona mi falta de tacto.
A veces debiéramos ser más humildes, menos egoístas y pensar un poco más en lo que hacemos y cómo lo hacemos. En éste trabajo, las consecuencias de actos sin intencionalidad no disminuyen el daño que de ellos se pueden derivar. Y dado que el objeto de esos actos son PERSONAS HUMANAS y éstas sufren directamente sus consecuencias, todo agente de cuidado debiera plantearse cualquier experiencia vivida, las menos buenas, sobre todo, y dar lugar a reflexiones autocríticas, necesarias para extraer un conocimiento y no volver a caer en los mismos errores.
Yo desde entonces procuro no subestimar nada de lo que mis pacientes me dicen o transmiten, e intento siempre ponerme en su piel (eso que llaman empatizar).
Aunque es importante determinar la delgada línea que separa la empatía de la implicación emocional, porque si la cruzas estás perdido (tu paciente y tú).
Creerás que la mejor solución para socorrer a un náufrago en plena zozobra es tirarse a las aguas turbulentas en vez de echar una cuerda desde la orilla segura... El riesgo de ahogarse es enorme...